Criticar la metodología tradicional de la educación en España resulta prácticamente un lugar común. ¿Quién no ha estado en conversaciones, con familiares, amigos, o padres de compañeros de colegio de sus hijos, y ha derivado sin remedio en una ristra de quejas sobre lo decepcionante que resulta el escasísimo grado de innovación aplicado?
En esas conversaciones casi siempre existe un consenso respecto a la bondad de entrelazar el aprendizaje de conceptos con experiencias diarias de los alumnos, y en especial con aquellas que les motivan de forma natural. No suelen faltar las menciones a ejemplos de sistemas extranjeros y algunas de las prácticas aplicadas allí, tan dadas a generarnos indisimulada envidia.
Y, sin embargo, cuando surgen oportunidades concretas de aplicar ese enfoque práctico alternativo, las mismas personas que participan de buena gana en los 'quejíos' descartan dar el paso. Es paradójico. Y muy revelador de la insondable distancia que existe a veces entre enarbolar un discurso y hacer lo necesario para alinearse de verdad con él.
¿Un ejemplo? Aprovechar las competiciones deportivas de los chavales para introducirles al concepto del scouting y, dado el creciente volumen de datos disponibles en distintas aplicaciones informáticas orientadas hacia el deporte escolar, presentarles los conceptos matemáticos y estadísticos de selección de variables, o de cálculos de medias, esperanzas y desviaciones. Un una frase: enseñarles a pensar cómo comprender mejor las claves del funcionamiento de los equipos y jugadores a los que se van enfrentando. ¡Y a realizar el análisis ellos mismos!
No se me ocurre mejor forma de aplicación concreta de unos conceptos a veces poco intuitivos, y siempre en riesgo de sonarles demasiado abstractos como para tener una relación directa con su día a día.