Mientras contemplamos el (pen)último sainete de la política nacional, con la gobernabilidad del país dependiendo de mayorías de un escaño y posibles –probables incluso– pactos alcanzados con prófugos de la justicia, Miguel Luengo-Oroz, CEO de Spotlab, ha escrito una buena tribuna en El País.
Aun escrito desde el optimismo, el artículo incluía admoniciones como que la Inteligencia Artificial –o IA– es poder, y las narrativas generadas con ayuda de los algoritmos amenazan con desestabilizar y desequilibrar aún más nuestra sociedad. Pero lo más relevante, a mi juicio, era el reconocimiento, avanzado ya desde el título, de que el genio de la IA ha salido de la lámpara y no va a volver.
Seamos presas o no de estas o aquellas distracciones, la Inteligencia Artificial no va a dejar de transformar el mundo a nuestro alrededor. Lo vemos todos los días en Iris.ai. Las capacidades de los algoritmos que testamos y desarrollamos se están expandiendo a un ritmo que cuesta seguir.
En febrero, entrevistado por Manuel Ángel Méndez en El Confidencial, ya comenté mi percepción de que algunos de los acuerdos alcanzados en los últimos meses por los grandes actores del sector marcaban algunas de las cartas. Con ciertos actores mejor posicionados que otros para el éxito a largo plazo.
Y lo que aplica para las mayores corporaciones del mundo aplica también para los países. Sería una auténtica lástima que España, como parece, llegue tarde a esta nueva frontera tecnológica que en breve redefinirá por completo el mundo que habitamos. Porque allí donde hay riesgos considerables, no debemos olvidar que también radican algunas de las mayores oportunidades de la historia de la humanidad para rediseñar nuevos sistemas que palíen los muchos y enquistados defectos que exhiben los nuestros actuales.
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