El nombramiento de Mariano López Bermejo como nuevo ministro de Justicia en sustitución de Juan Fernando López Aguilar es una pésima noticia para cualquier persona que profese un anti-sectarismo activo.
El fiscal de carrera -que se ha distinguido a lo largo de los años por declaraciones tales como las de 2003: “Ya luchamos en su día contra los papás de algunos que nos gobiernan. No tenemos ningún temor a los hijos. Esta gente nos encontrará enfrente” (La Razón)-, se destapó ayer, en su primer día como ministro, con unas altisonantes declaraciones criticando al principal partido de la oposición y al CGPJ. ¿Un discurso constructivo lanzando puentes al necesario entendimiento? ¿Para qué?, semeja haber pensado.
A quienes creemos, influenciados quizá por lo que hemos vivido en otros países de mayor tradición democrática, que la justicia debería ser un terreno vedado a la política partidista, no nos queda más que lamentar el nombramiento de López Bermejo.
Para empezar, ¿por qué es necesario un Ministerio de Justicia? ¿Acaso no podría organizarse el Poder Judicial completamente al margen del Ejecutivo, a través –por ejemplo- de un órgano elegido directamente por los ciudadanos a la vista de los méritos profesionales de fiscales y magistrados?
Esta alternativa plantea una serie de problemas de compleja resolución –como la posible adhesión de las candidaturas a los distintos partidos-, claro que sí, pero la situación de podredumbre sectaria actual está llegando a unos niveles tales, que creo que ha llegado el momento de que los ciudadanos nos planteemos seriamente esta alternativa de reorganización de dos de los tres poderes claves en toda democracia.
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