En lo que está durando este lamentable affaire de Iñaki de Juana Chaos, no han faltado quienes, siempre en tensión con sus declaradas antipatías hacia el sujeto, se han erigido en paladines de la aplicación de las medidas procesales correspondientes en su aspecto más garantista.
Ahora, con la apertura del juicio del 11-M, uno sólo puede esperar que esos mismos paladines no se vuelvan toscos halcones en petición de condenas ‘cómo sea’ a los supuestos autores materiales e intelectuales de la masacre. Es decir, que si aspectos tales como la conexión de los inculpados con el explosivo que detonó en los trenes no quedan probados más allá de cualquier duda razonable, no editorialicen reclamando el dictado de sentencias condenatorias.
Porque, de ser así, uno no podría evitar la evocación de la tremenda hipocresía del Secretario General de los socialistas obreros españoles, señor José Blanco, en su arbitrario uso de los visones –sus pieles, se entiende- a la hora de construir su discurso: símbolos de la más rancia derechona cuando conviene –manifestaciones partidistas, ultras insultantes hacia su inmaculada persona por la calle…-; mientras semejan ser, en circunstancias más distendidas, bien complemento imprescindible de moda –Miguel Marinero, Miguel Palacio, en pasarela Cibeles-, bien artículo comercial tan digno como otro cualquiera -en las afamadas tiendas de Elena Benarroch, por ejemplo-.
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