Hace poco más de un mes o dos, semejaba que las próximas elecciones presidenciales francesas supondrían un cerrado duelo entre el actual ministro de interior galo, Nicolas Sarkozy, y la ex–ministra socialista Ségolène Royal.
Pero, desde entonces, han sucedido al menos dos cosas. Por un lado, las críticas han arreciado en el campo socialista. Primero, el portavoz de campaña de Royal llegó a permitirse criticar abiertamente al marido de la candidata, y número uno del Partido Socialista francés, François Hollande. Por si no fuera poco, las acusaciones de populismo y demagogia, ante la carencia de cualquier mensaje concreto de financiación del ambicioso programa de medidas sociales propuesto por la candidata al Eliseo, han llevado a la dimisión de su asesor responsable de asuntos económicos, Eric Besson.
Mientras tanto, desde sus cuarteles de campaña, Sarkozy se destapa con un milimétricamente calibrado discurso, el pasado mes de enero –día 14, creo-, inaugurado con un “yo he cambiado” dirigido a neutralizar el tragicómico episodio de rencillas matrimoniales que tanto parecía haber oscurecido su imagen pública. Discurso, seguido después, de unos mensajes de alto voltaje político: “yo no soy un conservador”, “yo quiero la innovación, la creación, la lucha contra las injusticias”,”un escudo fiscal que impida que nadie pague impuestos que supongan más del 50% de sus ingresos”, o “que nadie reciba un salario mínimo social sin que preste la contrapartida de una actividad de interés general”, dirigidos tanto al estómago como a la razón, que trastocaron de golpe algunos de los clichés que se cernían sobre el candidato de la derecha gala.
¿Tendrá algo que aprender Mariano Rajoy del ejemplo francés? Hay opiniones para todos los gustos, pero yo creo que, como en el chiste del escorpión, las naturalezas respectivas de los dos líderes conservadores son las que son. El gallego, por brillante parlamentario que sea -que lo es-, jamás llegará a gestionar esa capacidad de epatar al electorado de la que tan bien se sirve Sarkozy.
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