Una serie de fallos recientes ha vuelto a poner en solfa el funcionamiento del sistema judicial español. Todo, desde el mero redactado hasta los propios razonamientos que sirven de base a las sentencias, pasando por la flagrante inaplicación de las mismas, genera un gran rechazo en amplios sectores de la sociedad.
En este contexto, el ministro de Justicia, Mariano Fernández Bermejo, anunciaba en el Congreso una reforma legal para “endurecer el control parlamentario sobre el Poder Judicial”.
Uno no podía evitar preguntarse si es ésa la fórmula para la mejora. No lo parece. La rebaja del tono de oposición del PP, que llega en ocasiones hasta a perder el pulso, fomentaba ─de acuerdo con la información de El País─ el ‘clima de consenso’ necesario para poder llegar a un sólido acuerdo reformista que cubriría, ay, las líneas legislativas generales, y la renovación del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Constitucional.
¿Pero es ahí donde están los verdaderos problemas? Se traen más ordenadores ─Bermejo dixit─, se pone un vocal de confianza más por aquí, un magistrado menos de ‘los otros’ por allá… El mensaje que realmente llega a la carrera judicial es lo imprescindible que resulta arrimarse a un buen árbol si se quiere progresar en el escalafón. Un desastre, vamos.
Desde Montesquieu conocemos la importancia de que sus señorías mantengan sus patitas lejos de la despensa del Tercer Poder.
Pese a ello, los grandes partidos nacionales tienden a una expansión que cope cualquier hueco de poder percibido. Esto al tiempo que a sus réplicas nacionalistas periféricas se les ve el meñique en la comisura del labio, como traslaciones políticas de Mini-Me de Austin Powers. También ellos quieren su cuota; faltaría más.
Semeja que la justicia que buscan los partidos políticos es aquella en la que prima la previsibilidad sobre todas esas mandangas de lo que es justo y lo que no lo es.
Es una aberración que los máximos órganos judiciales no piensen como nosotros, parecen corear todos a una. Y claro, como lo del pensamiento ─actividad nítidamente diferenciada de la proclama de ‘mensajes píldora’ y globos sonda─ está bajo mínimos, pues bajo mínimos se exige también que esté la justicia. ¡Qué nadie se mueva si no es a mi compás!
No, habría que contestarle con contundencia al señor Fernández Bermejo. Si realmente quiere que su mandato suponga un punto de inflexión hacia la mejora de la justicia española, las prioridades deben ser despolitizar sus órganos de Gobierno, el Tribunal Constitucional, y hacer algo tan obvio como estructurar una carrera que premie a los buenos y castigue a los malos. Tristemente, parece más que improbable que opte por actuar así.
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