Y digo yo, ¿qué es más grave, que se espíen unos rivales políticos a otros haciendo bueno por torpes al difunto Richard Nixon; que un medio impreso se revuelque en el falaz cum hoc ergo propter hoc —juntamente con esto, luego a consecuencia de esto—; o que la buena gente empresarial haya perdido el más mínimo decoro ético en lo concerniente a la separación entre las esferas pública y privada?
Declaraba ayer a El Mundo el ex director de Innovación Tecnológica del PP, Álvaro de la Cruz, en relación con los presuntos favores políticos prestados a Serygur —empresa de la que es Consejero Delegado—, lo siguiente: “Luis Bárcenas —actual tesorero del PP— es amigo mío y me preguntó si podía ayudar a Serygur. Le dije que estábamos interesados en el contrato de la seguridad de la Ciudad de la Justicia y se ofreció a llamar al consejero Prada. Fue un acto de buena voluntad y por pura amistad.”
Sí, sí, “acto de buena voluntad”, es textual. Antaño, cuando un hombre de negocios (sic) se arrimaba al poderoso de turno, por lo menos solía tener el detalle de no ‘cantar’ cual niño de San Ildefonso, con idéntica naturalidad, cuando el tufillo del favoritismo llegaba a las páginas de los periódicos.
Ya lo saben ustedes. A partir de ahora, cuando necesiten algún favorcillo de la administración, recuérdenle a su interlocutor al otro lado que lo único que debe de guiar su conducta es su buena voluntad, no el respeto a la legalidad vigente en materia de transparencia, contratación pública o conflictos de interés. ¡E abraiante!, que diríamos los normalizados.
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