De la lectura del magnífico libro de los Sosa, padre e hijo, titulado El Estado fragmentado, uno puede extraer múltiples conclusiones.
El riguroso análisis elaborado por Francisco Sosa Wagner –en el primero de los tres cuadernos- sobre los avatares de los Habsburgo desde su Suiza natal para, en el transcurso de escasos siglos, llegar a copar el poder político en la inmensa mayoría del territorio europeo, ofrece copiosos materiales para la reflexión.
Una de las más interesantes, a pesar de haber sido pasada por alto en las reseñas publicadas hasta la fecha, es la relativa a la triangulación histórica entre los emperadores Habsburgo, la nobleza magiar y los campesinos que poblaban los territorios húngaros.
En el tiempo de José II, inmediatamente anterior a la revolución francesa, el emperador impulsó medidas que, entre otras características, incluían una reforma fiscal uniformadora que no establecía diferencia alguna entre tierras campesinas y tierras señoriales y, lo que también es de crítica importancia, no distinguía entre los diferentes territorios de la monarquía.
La implementación de esta reforma, mediante la cual los campesinos quedaban de facto prácticamente liberados de todo servicio de origen feudal, provocó que la nobleza magiar comenzara a conspirar abiertamente contra el príncipe Habsburgo.
De hecho, la prematura muerte de José II, en febrero de 1790, con tan sólo 49 años, coadyuvada por la inestabilidad política imperante en Europa tras el triunfo de los sans-coulottes franceses, tuvo un efecto absolutamente perjudicial para los intereses del campesinado de los territorios húngaros.
El sucesor de José II, su hermano Leopoldo II (1790-1792) se vio obligado a pactar con la nobleza un acuerdo político “en virtud de la historia y la tradición”. Los estamentos (es decir, la nobleza fundamentalmente) mantenía así en pie el sistema feudal sin ceder un ápice, deshaciendo las reformas josefinas como un azucarillo en un vaso de agua.
El poder, su mantenimiento, obedece a su propia lógica interna. La noticia que nos proporcionan hoy los medios, según la cual el PSC querría desvincularse del PSOE en el Congreso -recuperando de ese modo el grupo parlamentario que tuvo desde la transición hasta el año 1981-, trae reminiscencias de otros siglos y de otras tierras.
No parece nada probable que sean los ciudadanos –meros campesinos actualizados a lo Calixto Bieito- los beneficiarios de estas nuevas triangulaciones sobre el tablero del poder político; en este caso del patrio.